viernes, 30 de abril de 2010

La recepcionista

Con el correr del tiempo y las circunstancias de la vida la imagen de una persona puede ir cambiando infinitamente; eso fue lo que le sucedió a Marcela.

Nació en 1974 en la ciudad de Rosario. Sus padres la enviaron al colegio del barrio, junto con su hermano menor. La vida que llevaban en Rosario era una vida tranquila y a Marcela eso no le gustaba mucho; ella siempre había soñado con ir a Buenos Aires y ser una actriz de la televisión.

Cuando cursaba segundo año del secundario a su padre lo trasladaron a la capital por ello se mudaron todos allí. Con el sueldo que ganaba su padre consiguieron una casa por el barrio de Flores. Marcela y su hermano concurrieron a una escuela privada, a partir de eso comenzaron una vida mucho más parecida a lo que ella siempre había soñado: tenían tele de cable, la casa era enorme y siempre podía invitar amigas a tomar el té o mirar la novela de las siete de la tarde.

Al terminar el secundario Marcela decidió estudiar abogacía, como su padre estaba muy bien ubicado económicamente había decidido que ella no concurriría a la facultad pública, sino que debería ir a una privada. Observando dentro de todas las opciones, Marcela optó por ir a la católica, ya que era la que ofrecía el mejor plan según lo que había estado investigando.

Comenzó primer año muy contenta y se fue haciendo un grupo de amigas. Un día en la fotocopiadora vio a un chico era alto y morocho, le pareció muy lindo pero sabía que como la facultad era tan grande nunca se lo iba a volver a cruzar.

Pero no fue así; Marcela siempre se quedaba después de clase a estudiar en la biblioteca de la facultad por que en su casa no podía concentrarse. En una de esas tardes fue cuando vio por segunda vez al chico. Estaba con una amiga estudiando para un parcial de Derecho Civil cuando lo vio entrar por la puerta de madera; él se acercó a la bibliotecaria y le pidió un libro. Luego buscó una mesa donde sentarse, justo en la que estaban sentadas Marcela y su amiga no había nadie más, así que como era costumbre se acercó y les preguntó si podía sentarse con ellas. Marcela inmediatamente le dijo que sí y a partir de ese momento no pudo avanzar ni un renglón en su lectura: se la pasó observando al chico, la ropa que llevaba puesta, el libro que leía, cómo anotaba, el color de sus ojos… Cuando vio que no lograba concentrarse le pidió a su amiga si la acompañaba a fumar un cigarrillo al patio. La amiga, que no entendía lo que pasaba le dijo que le quedaban tres hojas para terminar el capítulo, que después iban. El chico al escuchar le dijo que, si no le molestaba, él la acompañaba.

Salieron juntos a un patio interno de la facultad y se sentaron en un banco que había, charlaron un rato él le contó que estudiaba recursos humanos, que estaba en segundo año, que era del San Juan, que se había venido par estudiar y que además trabajaba en una oficina como cadete. Ella prestó mucha atención a todo lo que le contaba, pero a su vez se la pasó pensando en si sería la única vez que hablarían. Pero cuando volvían a la biblioteca, él le contó que ese sábado sería su cumpleaños y que lo festejaría en un bar. Al llegar a la mesa le anotó la dirección en un papel y le dijo que podía venir con su amiga si quería.

Llegó el sábado, Marcela estaba muy emocionada; su padre las llevó en el auto hasta el lugar. Entraron y fueron a saludar al cumpleañero; en ese momento un amigo de él sacó a bailar a la amiga de Marcela y así ella se quedó hablando con el chico de la facultad, que estaba mucho más lindo que aquel día en la biblioteca. Estaba con un jean azul y una camisa cuadrillé. Bailaron toda la noche. Para el final de la fiesta el le dijo que le gustaría volver a verla y quedaron en juntarse en la facultad a tomar un café.

Y a partir de allí todos los jueves, que era el día que el no trabajaba, se quedaban. A veces a almorzar, cuando luego se quedaban a estudiar, o si no tomaban algo y él la acompañaba a la parada del colectivo. A los dos meses se pusieron de novios.

A fin de año Marcela recibió una muy mala noticia: debía dejar la facultad ya que a su padre lo habían despedido. Ella, habiendo aprobado todas las materias de primer año con excelentes notas, consiguió una beca. Pero igual la situación en su casa no era buena: su padre no lograba conseguir ningún trabajo, tampoco su hermano, por lo que ella decidió comenzar a buscar uno.

Así es como se introdujo a un mundo donde las cosas no eran tan fáciles como ella pensaba. Debía pasar todo el día recorriendo oficinas, dejando curriculums y lo peor de todo teniendo entrevistas con los gerentes.

Había notado que todos los diálogos finalizaban de igual manera: el gerente dejaba caer su lapicera y esperaba si ella se agachaba a recogerla o si él lo debía hacer. En las primeras entrevistas no entendía porqué siempre sucedía lo mismo, pero luego llegó a una conclusión: los gerentes esperaban algo más de una recepcionista (no sólo que sea inteligente y eficaz) ellos buscaban alguien que se enganchara en su juego, para así hacer más llevadero su trabajo.

Cuando ya había perdido la cuenta de los días que buscaba trabajo y no obtenía respuesta alguna decidió que para el momento que el gerente dejara caer su lapicera ella abriría sus piernas lentamente y dejaría entrever su bombacha con calado negro, y que para cuando el gerente se levantara desabrocharía su camisa para que se asomara el encaje de su corpiño. Así fue como al otro día la llamaron para decirle que había conseguido el trabajo como recepcionista del gerente de personal.

No le contó a nadie lo sucedió allí dentro, y cuando volvió llamó a su novio para hablar de pavadas hasta olvidarse de lo sucedido en la oficina.

Pero no fue tan fácil olvidarlo; al comenzar el trabajo el gerente comenzó a enviarle flores, tarjetas con groserías a su escritorio, a pedirle que ordenara las repisas de más arriba y así poder verle las piernas, entre otras cosas. Nunca se negó a hacerlo, pero siempre pensaba que algún día el gerente se cansaría de acosarla.

Al tiempo Marcela se enteró que habían despedido a una chica. El rumor decía que ella se había negado a recoger unas carpetas que “sin querer” se le habían caído al gerente. Al saberlo supo que siempre iba a tener que acceder a lo que el gerente pidiera. Las ofertas fueron subiendo de tono: primero al pasarle cerca le rozaba la cintura, luego le pedía que almorzaran juntos para luego hacer caer su tenedor y poder ver la bombacha distinta de cada día, hasta que un día le llegó una carta a su escritorio como todas las anteriores, pero esta vez no eran groserías o pedidos, sino tan sólo una dirección.

Marcela estuvo toda la tarde preocupada e indecisa; en un momento recibió un llamado de su madre que le contó llorando que habían puesto en venta la casa y que se muraría a un departamento. Ahí fue cuando tomó la decisión: con todos los problemas que había en su casa no podía arriesgarse a perder su trabajo. Le avisó a su madre que llegaría tarde esa noche.

Fue a la dirección luego de terminar su horario de trabajo, era un hotel de parejas. Como era de esperar el gerente estaba en la puerta. Entraron, cogieron y luego cada uno se fue en un taxi. Marcela no podía creer lo que había hecho, pero se dijo a si misma que cogerse al gerente no era serte infiel a su novio, menos era ser prostituta, sino que era parte de su trabajo, era un sacrificio más. Cada quince días más o menos, Marcela recibía el sobre con las distintas direcciones y junto con ella la idea de renovar su estadía en el trabajo.

El novio de Marcela le había propuesto casamiento; esto había llevado a ambos a dejar de estudiar para comenzar a juntar plata para poder pagarlo. A su vez con los horarios de cada uno, sólo podían verse los martes y jueves cuando él la pasaba a buscar después del trabajo.

Al ser recepcionista del gerente de personal, ella debía hacer llevar formularios a las chicas que buscaban trabajo en la empresa y hacerlas tener las clásicas charlas con los distintos gerentes.

En una de esas entrevistas contrataron a una chica llamada Diana. Marcela se hizo muy amiga de ella, ya que ambas llegaban muy temprano y habían decido desayunar juntas todas las mañanas. Allí Marcela aprovechaba para contarle muchas cosas de su vida, las cosas que pasaban en su casa y cómo iba la relación con su novio.

A Diana fue a la única que le confesó que salía con el gerente de personal y que éste le regalaba cosas que debía ocultarle a su novio o mentir que se las había comprado en alguna rebaja. También siempre le contaba sobre los rumores de las distintas personas a las que iban a despedir.

Un día Marcela se levantó como todos los días para ir a trabaja y vio que había recibido una carta en la que decía que la despedían y que le enviarían en las próximas cuarenta y ocho horas sus pertenencias. Nunca entendió por que había sucedido, pero lo que sí entendió era que debía salir nuevamente a buscar trabajo.

Al finalizar su primer día de entrevistas, le entregaron un papel con un número donde se solicitaban damas de compañía. Se dio cuenta que ya estaba resignada y que al fin y al cabo no había diferencia alguna entre el trato que recibiría de un gerente y el de un explotador. Así que llamó y al día siguiente se presentó en el departamento que la habían citado. Allí tomaron sus medidas y le dijeron que podía comenzar ese mismo día. Ella accedió. Le aterraba la idea de imaginar el momento en que un primer cuerpo de un desconocido se encajara en el suyo, pero sabía que al final del día ya se habría ido acostumbrado, al igual que una camarera se acostumbra a limpiar la mesa dónde otros han comido y han dejado sus restos.

Al llegar a su casa mintió a sus padres y dijo que la habían cambiado de turno en la empresa y que empezaría a trabajar de noche. Esa misma noche, luego de contarle a su hermano que había conseguido otro trabajo, que era mejor porque le pagaban en efectivo al final del día pero que ahora debía trabajar diez o doce horas y llevar ropa más extravagante, recibió noticias de su amiga Diana: había hablado con su hermano y quería saber como estaba. Decidió al otro día llamar a un cadete que era de la empresa y pedirle la dirección de la casa de Diana.

La fue a visitar varios días, la invitó a cenar al cumpleaños de su hermana. Realmente Diana era su única amiga en el mundo y más que eso, era una compañera en quien confiaba y a quien le contaba cosas que ni a su novio le contaba. Además por que Diana también había dejado el trabajo en la empresa y había comenzado a trabajar en un burlesque.

Un día en su trabajo un hombre la golpeó. Luego de allí fue directo a la casa de Diana y le contó todo: “No quería acabar. Cada vez que estaba a punto dejaba de moverse, la sacaba, esperaba un poco y la volvía a meter”. Marcela al principio había pensado que no podía acabar o que quizás deseaba hacerlo en alguna parte de su cuerpo, pero luego al darse cuenta que había pasado media hora le dijo que se apurara que sino debería pagarle la hora completa, allí el hombre se puso furioso. Le dijo que se callara, pero ella como había conseguido experiencia en el trabajo, logró que el hombre acabara. “Siempre se enojan -agregó- pero les da vergüenza y no dicen nada o te insultan un poco y ya sabes que la próxima eligen a otra. Un poco los entiendo porque quieren hacer rendir la plata, pero este hijo de puta se puso loco y cuando me di vuelta me dio una trompada. Igual no quise hacer mucho lío así que esperé a que se fuera y después las chicas vinieron a la habitación a ayudarme”. Diana la cuidó y esa misma noche le contó que estaba intentado conseguir plata para poder realizar una obra de teatro sola, como siempre había querido. Marcela, pensando en la vida que llevaba, en la imposibilidad de casase con su novio que ya casi no veía y que ya estaba sospechando algo sobre su trabajo, decidió ofrecerle todo lo que había juntado para su casamiento. Sabía que tarde o temprano su novio la dejaría al saber a lo que había llegado por conseguir dinero.

Diana en un comienzo no quiso aceptarlo, pero Marcela la convenció con que prefería verla feliz a ella que seguir juntando para una felicidad que no iba a llegar nunca.

Al otro día, Marcela pasó por el departamento donde trabajaba, y donde yo la veía, retiró sus cosas y desde ahí que no he vuelto a saber de ella.

El cumpleaños

A las 18.45 llegué (tarde) al cumpleaños de una amiga con la idea de registrar todos lo temas de conversación que surjan ahí durante las primeras dos horas, pero sin que nadie se de cuenta lo que estaba haciendo.
A penas entré refuté la idea de anotar todo en la pequeña libretita que tenía en mi mochila, claramente iba a parecer una loca o lo que es peor me iban a descubrir. Saludé a todos: había cuatro amigas mías de toda la vida, cinco amigas de mi amiga y tres amigos de ellas también. Me senté junto a mis amigas que estaban hablando con uno de los amigos de la cumpleañera.
Luego de que pasaron los cuatro primeros temas (cómo había crecido los pelos de mis amigas, la pelea que había tenido una con el novio, los novios en general y más específicamente los novios de otra religión) miré el reloj y no habían pasado ni cinco minutos. Tomé nota en mi mente: las mujeres pasamos de un tema a otro sin profundizarlos del todo ni llegar a ninguna conclusión, en definitiva no nos comprometemos mucho con nada de lo que decimos en un té de las cinco de la tarde.
El tema que le siguió, hilado con los novios de otra religiones fue las festividades judías que había habido este fin de semana (el día del perdón) y todas las explicaciones de todos los goy que estábamos presentes en la mesa. Porque ninguno era judío, pero todos fingían entender de lo que hablaban. La charla se terminó cuando conté que mi ex novio era judío y que me había cortado. Parece que siempre que nombras a tu ex novio ténes que estar triste o querer cambiar de tema, así que todos se apuran por vos y sacan otro tema: en este caso una amiga contó que cuidaría a unos niños porque sus padres tenía que ir a una fiesta del canal de cable Mtv. Justo uno de los chicos presentes también iba a ir y una amiga es novia de un cantante no muy conocido, ella supuso que el estaba invitado a ir, así que lo llamó en ese instante para que le contara todo.
Luego de que una persona tocara el timbre, se me ocurrió la idea de ir anotando un punteo de ideas en mi celular porque ya me estaba olvidando todo lo que había intentado retener en esos quince minutos que habían transcurrido desde que había llegado.
Mientras le bajaban a abrir a dos chicas que se tenía que ir, la charla continuaba. Parece ser que el novio cantante de mi amiga cuando era chico tenía una enfermedad llamada “el TOC”, ella explicó que es el “trastorno obsesivo compulsivo” y nos contó como lo molesta ahora, porque cuando él recuerda que lo tuvo comienza actuar de esa forma por algunos minutos.
Observo que en la mesa no hay más sanguchitos y decido ir a buscarlos. Cuando vuelvo habíamos evolucionado dentro del tema de los tics y cada uno compartía algo raro que hacía, algún trauma que tenía o si no tenía de algún conocido… estoy segura que alguna inventó algo para no ser menos, porque siempre se tiene a un conocido que cuando era chico hacía algo que todos nos podemos creer y es súper impresionante.
No me acuerdo bien como pero de los traumas surgió un tema de una operación de mandíbula, y después el casamiento de una chica que conocíamos algunos de los presentes, por lo que terminamos hablando de las fotos que habíamos visto en facebook y de los vestidos de las presentes. A raíz de eso comenté el fanatismo que tenía por mirar fotos de cualquiera en facebook y ahí surgieron todos los derivados de lo que cada uno hace en la computadora: chatear, mirar páginas, jugar al poker y hasta una amiga juega al bingo, por lo que todos nos terminamos riendo: porque realmente no hace nada, escucha a la mujer que canta los numero y los número se tachan solos, ¡una actividad muy aburrida! A partir de esa risa comenzamos a decir todas cosas graciosas, que solo se entienden en el entorno de la charla como gestos que tenemos en la forma de hablar o de reír, frases celebres de situaciones vividas juntos, insultos, etc. Eso duró unos quince minutos, de los cuales no logré anotar nada.
No hubo un silencio en toda la tarde, por momentos capás alguien se distraía comiendo una masita o un pedazo de torta, pero todos seguíamos más o menos dentro de la misma conversación.
Un chico tenía que ir a la facultad de derecho, cuando comentó que no sabía que colectivo tomarse, dos de mis amigas le contaron que ellas justo iban en auto para ahí. Así que se irían todos juntos. En ese momento nos dimos cuenta que la cumpleañera no estaba presente. Alguien la fue a buscar y cuando regresó nos contó que se estaba peleando por algo con el padre, algo tenían que ver los sanguchitos dentro de la pelea, pero a nadie le importó seguir comiéndolos por que estaban muy ricos.
En ese momento los que iban para derecho empezaron a organizar para bajar, una chica más se acopló en el auto. Bajaron todos y los que estábamos ahí nos quedamos ordenando la mesa y comiendo lo que quedaba.
Trajeron una nueva torta y la cumpleañera sopló las velitas para todos los que habíamos llegado tarde. Cortaron la torta y la comimos.
En ese momento me puse a hablar con dos chicas que habían estado sentadas del otro lado de la mesa y con las que no había podido hablar antes. Una contó que había tenido un partido de hockey, dónde también habían estado dos hermanas de la otra chica con la que hablábamos. En ese momento estaba anotando todas las cosas en el celular, por lo que quedé un poco mal y no presté mucha atención a lo que decían, realmente no me interesaba saber sobre lo que hacen los sobrinos de una de ellas en el colegio o que las hermanas de una se parecían mucho. En cambio, después, la cumpleañera empezó a contar sobre los saludos que había recibido. Dijo que el saludo en facebook “era muy careta” y todos en la mesa coincidimos, porque seguramente te saluda alguien que vos ni lo saludaste ni lo saludarías y ni siquiera sabes porqué lo tenés. Por lo que terminamos resumiendo que entonces todo facebook era careta: por que para qué tenés a alguien que hasta te molesta que te salude para tu cumpleaños; hay excepciones como tu suegra, amigos de tu novio, tu cuñada, algún pariente… pero esos desconocidos que agregamos solo por que tienen muchos amigos en común no tiene sentido. Así que en mi mente anoté tarea para el hogar: eliminar a todos los contactos desconocidos y dejar de agregarlos.
Luego como es sabido cuando no hay tema de conversación se recae en el clásico y aburrido: la facultad (¿Vos qué estabas estudiando? ¿El baño de la tuya es igual? ¿Tampoco tiene papel, no? ¿Cuántos años te quedan? Mitos de las puertas de ingreso, un poco de críticas a los centros de estudiantes, a los papeles y al sistema en general pero después decir que vale la pena ir a la UBA y criticar a las universidades privadas. Lo mismo de siempre…)
Ahí más o menos se hicieron las 20.30 y decidí que ya era suficiente. Dejé de anotar por que empezaban a hablar de alergias y formas de curarlo, y me parecía demasiado aburrido.
A partir de ahí me relajé, ya que nadie me había descubierto, charlé como todos, comí torta y dejé de intentar memorizar todo lo que decían.

De los horóscopos y sus autores

¿Quiénes son las personas que escriben los horóscopos? Realmente no sé si alguien de todas las personas que lo leen y se lo creen, por decirlo de alguna forma, se hacen esta pregunta. A mi entender es algo esencial, es como leer una noticia sin que diga quién la escribió o que te envíen una carta sin remitente; de hecho creo que es muchísimo más importante porque los fieles a los astros realmente confían en el mensaje que estos envían.

El otro día estaba en lo de una amiga, por salir, y una de mis amigas encontró una revista, rápidamente fue para el final y se fijo si la misma tenía horóscopo. Leyó el propio y el de las presentes, y luego comenzaron a leer otros y yo les pregunté de qué signo leían y me contaron que estaban leyendo el de la novia de su ex novio, el del chico que les gusta, el de su mamá, etcétera ; bueno, confieso que alguna vez lo he hecho, pero cuando uno se pone a pensar sobre lo que hace… creo que siempre llega a la conclusión de que muchas de esas cosas que hace son estúpidas: como leer el horóscopo de tu ex novio y pensar que ahora entonces si en amor le sale “repensaras sobre lo hecho”, va a pensar en volver con vos.

Entonces, sin irme más de tema, lo importante sería porqué confiamos ciegamente en el horóscopo y no pensamos quién fue el que lo escribió y si realmente tiene alguna formación para enviarnos dicha información. ¿Acaso no podrían estar enviándonos mensajes subliminales por medio de los horóscopos? Por ejemplo si leemos la revista Viva del diario clarín, ¿quién nos asegura que el mensaje no intentará convencernos de que la ley de radio difusión es mala? O que si leemos el horóscopo de la revista Cosmopolitan no van a estar intentado que nos pongamos de novios y así estar más interesados en las noticias sexuales que trae la misma y así seguir comprándola mes a mes… Es que nadie piensa que quizás el astrólogo que uno puede agregar al MSN para que te diga tu “horóscopo del día” en realidad podría ser cualquiera: desde Osama Bil Laden (intentando que nos inmolemos en callao y santa fe) Mauricio Macri (pensando que el PRO llegó al MSN e induciéndonos para que lo votemos) hasta algún empresario capitalista (fomentando el consumismo diciendo “hoy tu día no será muy bueno, podrías buscarte un tiempo para comprarte algo y levantarte el ánimo”). Y si no fueran personalidades tratando de influir negativamente sobre nuestras vidas, igual, nadie se gasta en averiguar quién es ni porqué está tan interesado en manipular y convencer a los demás de que sabe el futuro y por ende te puede dar una “clave para la semana” para que la sigas y tu vida sea mejor ¿quién dijo que esa persona está intentando que nos vaya mejor a todos en la vida y no es un demente intentando persuadir a todos para que su vida se vuelva tan gris como la de él?

A pesar de todo, me parece, que la gente que lee los horóscopos, no dejaría de hacerlo por más que se enterara que hay mensajes subliminales en ellos, como tampoco nunca nadie dejó de escuchar Lucy in the sky with diamonds por miedo a consumir.

La gota que rebalsó el vaso

Entró al aula. Escribió su nombre en el pizarrón, y comenzó a dar un discurso de cómo serían sus clases. Su nombre era Gladys Andreani, una perfecta mezcla entre la bomba tucumana y el correo que auspiciaba a Susana Giménez. Dictaba clases de fisicoquímica en tercer en un colegio bastante pequeño del barrio Palermo.
La primera impresión de los alumnos fue muy buena: explicaba bastante bien, tenía letra muy prolija y era muy ordenada. Lo extraño era su apariencia. Era rubia, seguramente teñida y por lo general su pelo estaba grasoso como si no se bañara; tenía labios gruesos, se los pintaba de un color fucsia brillante, que combinaba perfectamente con sus botas de lluvia plateadas. Solía hacer un gesto con los labios, como si el lápiz labial le incomodara o como si tuviera miedo de que se corriera, al hablar intentaba que los labios casi no se tocaran, y los sacaba tan afuera, que parecía que estaba besando a alguien. En cuanto a sus cejas, reflejaban su humor; si estaba enojada o no le gustaba lo que algún alumno le preguntaba, las fruncía mucho pero cuando explicaba y se sentía muy convencida con lo que decía la arqueaba hasta su punto máximo. En cuanto a la ropa que utilizaba, claramente se notaba que no sabía combinar y tampoco le importaba mucho; utilizaba unos pantalones ajustados de cuero con un tapado que la hacía parecerse a los personajes de Matrix, lo que causaba mucha gracia a los alumnos.
Con los días fue tomando más confianza con el grupo y se volvió más exigente, su carácter fue cambiando y los alumnos ya no estaban tan contentos.
Un día quiso realizar un experimento delante de toda la clase para demostrar alguna fuerza o cualidad del agua. Pidió a una alumna que vaya a buscar agua en un vaso. El experimento consistía en tirar una pelota dentro del agua. Luego de que la alumna le trajo el vaso, le pidió que metiera la pelota, pero no le agradó como estaba realizando entonces pidió a otro alumno que hiciera lo mismo y tampoco le gustó. Esto al puso muy nerviosa, y más cuando un alumno, de esos que desde el fondo siempre pretenden manejar todo, le propuso que entonces lo mostrara ella. Comenzó a gritar que no podía ser que nadie pudiera hacer las cosas bien, que entonces todos tendrían una prueba en ese mismo instante. Pidió a un alumno que abriera las ventanas, ya que necesitaba aire, cuando éste paso cerca del escritorio, enfadado por la prueba tocó apenas la mesa lo que hizo caer el vaso dejando que unas gotas de agua resbalaran sobre la pollera de la profesora. La cara de Gladys se puso toda colorada, luego comenzaron a caer lentamente lágrimas de sus ojos y finalmente gritó: “¡Te vas a firmar!”. Nadie comprendía el porqué de tanto alboroto. El chico estaba por salir del aula cuando entró la rectora y decidió llevarse a Gladys para calmarla.
A la semana la profesora renunció y la única explicación que recibieron los alumnos fue que ella había decidido dedicarse a otra cosa.
Pero como en todo colegio, los rumores comenzaron a circular: se decía que Gladys tenía muchos gatos en su casa y se había mimetizado tanto con ellos que tenía fobia al agua. Otros decían que su madre, se había suicidado en una pileta y por ello tenía tanto rechazo. Lo que sí estaba claro, es que su fobia al agua era la explicación perfecta a esas horribles botas de lluvia, sus pilotines cuando había sol y sus pantalones de cuero, de esa manera se aseguraba que ninguna gota de agua fuera a tocarla. Por eso mismo su constante pelo graso.
Yo no podría decir con certeza porqué se fue, pero el otro día cuando fui con mi hermana mayor a tomar un café al bar de la esquina nos la cruzamos y por ello me contó esta anécdota. Cuando la vi, como no iba a creerle, Gladys estaba con su pelo graso, sus botas de lluvia, un impermeable y un paraguas, a pesar de que las probabilidades de lluvia de ese día claramente eran muy bajas.

Aló, Hawái?

Hoy a las tres de la tarde vuelve Abril. Bueno, aproximadamente a las tres, porque como es ella seguro se retrasará unos minutos. Me citó en este café para contarme cómo le fue en Hawái.

Recuerdo que antes de decidir tomar el trabajo o no, investigó mucho acerca de cómo eran las playas, qué ropa debería llevar, cómo sería la vida allí; todos esos pormenores que la ayudaron a finalmente animarse y subir al avión.

La veo entrar, no está tan bronceada como esperaba; igualmente tiene un aire distinto, lleva una flor en el pelo que la hace lucir muy veraniega. Me reconoce, se acerca y me saluda: “Hi, mi friend!”. La tonada es perfecta, le comenté que parece que se haya ido hace más tiempo y le pregunté acerca de cómo estuvo todo, Abril me contestó: “Bastante bien y aunque muchas cosas no fueron como esperaba, la experiencia fue buenísima. Ahora que lo pienso, nada fue como yo imaginé…”

Como era de costumbre, Abril empezó a hablar y no paró. Yo escuche atentamente todos sus detalles: me contó que apenas había llegado esta muy emocionada con ganas de ver la playa, así que lo primero que hizo fue conseguir donde dejar las valijas e ir. Pero cuando fue, la arena no era clarita, el mar no tenía las olas enormes y el sol no brillaba tanto como en la postal que ella tenía. No entendía nada, pero con el pasar de los días esto se le fue aclarando.

Ese mismo día consiguió alquilar un departamento y se puso en búsqueda de trabajo. Ella había soñado con trabajar en bar en la playa, había aprendido a hacer tragos y a servirlos dentro de cocos. Pero en la nueva Hawái el trabajo que puso conseguir fue en un restaurant en el centro. Allí conoció gente de lo más variada y pudo practicar el idioma como ella tanto deseaba. Dentro del mismo restaurant trabajaban dos argentinos más, de los cuales Abril se hizo muy amiga y, por lo que me contó, dentro de pocos días se reencontrará con Agustín, uno de ellos.

En cuanto al cambio de Hawái me contó que la arena se había vuelto negra, por lo visto con los cambios climáticos y lo afectada que está la capa de ozono, el sol se había puesto tan potente que había quemado toda la arena. Ya no sé podía tomar sol en la playa debido al temido cáncer de piel o por miedo a tener una quemadura importante. En cuanto al agua, gran parte se había evaporado y por ello ya no habían tantas palmeras como Abril había soñado. Realmente Hawái estaba irreconocible, pero esto no afectó demasiado su estadía. En vez de realizar surf, ahora en Hawái se corrían maratones. En los cuatro meses que Abril estuvo allí, se ejercitó y estuvo corriendo. No logró muy buenos resultados, pero allí también hizo muchas amistades.

Lo más raro para Abril, era que los lugareños no se preocupaban porque su piel ya no estaba bronceada, ni por no poder ir a surfear; se habían acostumbrado a un nuevo estilo de vida, el cual no era muy diferente al que Abril tenía aquí en Buenos Aires, por lo que no le costó mucho adaptarse.

Realmente estoy muy emocionada por mi reencuentro con Agustín –me dijo Abril– el último mes que estuve en Hawái me mudé con él, y por lo que estuvimos hablando, capaz ahora alquilemos un departamento por San Telmo para irnos a vivir juntos. Tenemos que hacer cuentas y vamos a ver, –la notaba muy emocionada– porque yo realmente después de estos meses sola ya no puedo continuar viviendo con mis papás.

Estuvimos un tiempo más allí sentadas, me mostró algunas fotos que había tomado, le conté de mis hijos y de mi trabajo. Se hizo de noche y yo debía volver a casa porque mi marido ya debía estar por llegar. En cuanto a Abril, no la volví a ver hasta dentro de tres meses que me invitó a su casamiento con Agustín. Luego de este se irían de luna de miel a Hawái, porque aunque estaba cambiado, a ellos les había cambiado la vida.

Equilibrio

Siempre pensé que los novios eran otra cosa, mejor dicho que yo esperaba otra cosa de un “novio”. Pero con los años fui cambiando la percepción que tenía sobre ellos.
Cuando estaba en cuarto grado pensaba que mi novio iba a ser Ken, el novio de la muñeca Barbie, o el príncipe de alguna película. Después, en sexto grado, me gustó un chico que según mis compañeras era muy feo, pero para mí era lindo: no como los príncipes, sino que era lindo por su personalidad. De hecho me gustaba tanto como se vestía que me compré sus mismas zapatillas, a ver si así aunque sea me miraba, pero por mala suerte tenía novia.
Durante la secundaría tampoco elegí muy bien, ya que tampoco logré ponerme de novia con ninguno: en los tres primeros años me hacía amiga de alguno chico nuevo que entraba al curso y siempre me terminaba gustando, en cuarto año me fui de misión y quedé estúpidamente enganchada con un cordobés, lo que tampoco tubo sentido y mucho menos fruto.
Por suerte al año siguiente, cuando me fui a Bariloche, tuve un poco más de suerte, conocí a un chico y esta vez el sí gusto de mí. No era tan lindo ni normal, pero tenía eso de la personalidad que desde sexto grado me había quedado en la mente (y también tenía de esas zapatillas que tanto me gustan). Después de un año y medio no éramos ni amigos ni novios, era todo tan extraño que decidimos (mentira, él decidió) terminar la relación y (luego de unas cuantas lágrimas) me puse en busca otra vez de mi ideal o por lo menos de algo más normal.

Pasaron los meses y de repente alguien nuevo se convirtió en los más lindo que tengo (uhy! que cursy sonó). Bueno, no sé cómo decirlo, es esa persona que podes llamar cuando estás bien o cuando estás mal y él o ella se alegra o se entristece con vos. Se preocupa, le interesas. Y esta vez no era raro o feo o vivía a seiscientos kilómetros de distancia, sin embargo como siempre quise esto, y a su vez se dio todo bastante rápido, no supe darme cuenta si era verdad o no, si había algo que no estaba viendo, o si tan sólo era el miedo que me daba que todo este saliendo bien el que no me dejaba ver las cosas. Siento que todo este pensamiento se refleja en una de las leyes de Murphy “Cuando las cosas vayan bien, algo habrá que haga que vayan mal.”(1) ¿será que uno siempre tiende a penar que no le puede estar saliendo todo bien? ¿O que cuando le está saliendo bien siempre va a dudar y va a buscar dónde está lo malo? Creo que es toda una cuestión de equilibrio: en este momento todo está alineado de forma tal que si camino no me voy a caer, pero más adelante no sé sabe que habrá, y esa incertidumbre es la que nos hace dudar de la situación. Siempre pensamos en que va haber algo que haga que se rompa esa armonía y creo que ahí es dónde fallamos: en vez de esperarla y superarla, tendemos a apresurarnos y caernos sobre ella o a intentar evitarla.
Por ahora las cosas siguen bien, no se rompió mi armonía y además estoy feliz porque tengo ese supuesto novio que siempre quise. Ahora el miedo es la otra ley de Murphy “Cuando las cosas se complican, todo el mundo las deja.”(2) Pero por suerte “Los problemas complejos tienen soluciones simples, comprensibles y equivocadas.”(3)








1- "Las leyes de murphy",[en línea]. Febrero 2000, Octubre 2009, [03 de noviembre de 2009]. www.todohistorietas.com.ar/murphy.htm
2- Ibíd.
3- Ibíd.

Pelos de punta


Estaba en el colectivo observando a un chico que desde mi simple opinión se veía muy atractivo. Era alto, morocho y tenía barba, nada del otro mundo; lo sorprendente fue cuando me acerqué: debajo de la tupida barba ¡tenía granos! A partir de ahí comencé a sospechar de todas las barbas, de todos los peinados exóticos y de todos los hombres, porque me di cuenta que ellos, a diferencia de las mujeres, tienen muchos mecanismos de ocultamiento, o mejor dicho que están menos expuestos que la mujer.

Por ejemplo con un traje de baño de hombre se pueden hacer más o menos diez de mujer, y además el traje de baño del hombre es mucho más moldeable que la ajustada bikini de la mujer. Pero este no es el tema central de mi ensayo, lo es la exigencia y la exposición constante de la mujer.

Una mujer con el paso de los años debe combatir contra las arrugas, las canas y demás desgastes físicos, a diferencia que en el hombre estos son signos de madurez y ni deben gastarse en ocultarlos. No me acuerdo exactamente qué fue lo que dijo mi profesor el otro día en clase, pero contó algo así como que un hombre le había dicho que las mujeres no envejecen, se deforman; no sé si fue eso lo que quiso decir pero ese fue el pensamiento que quedo en mi mente dando vueltas con todos los demás.

Me puse a pensarlo desde el lado masculino, y ellos también poseen sus “desventajas”. Por ejemplo un hombre que se queda pelado debe luchar con eso, y es sabido que los peluquines no saben hacer muy bien su trabajo, generalmente cuando alguien lo usa, todos nos damos cuenta y suele ser motivo de risa. También algo imposible de cambiar para el hombre es su altura, y parece algo muy valorado por las mujeres hoy en día al elegir una pareja.

Finalmente me puse a pensar porqué es que la mujer está tan expuesta, porqué los hombres pueden usar barba y las mujeres no, quién decidió que sea así y no al revés, a quién se le ocurrió que la mujer es más linda pelada que peluda o cómo fue que ser delgada o alto se convirtió en la meta de casi todas las mujeres y los hombres de esta sociedad… y ahí fue cuando apareció la respuesta a todas mis dudas: esta sociedad. Significa que es algo cultural, algo de este momento en el que vivimos, porque claramente en el pasado las mujeres eran caníbales, eran peludas y eran mamás. Entonces cuando hablamos de las desventajas de ser mujer u hombre, todo el tiempo estamos pensando en el contexto de nuestra sociedad y nuestra cultura, y eligiendo desde ahí.

Cómo sería un mundo con mujeres peludas, barbudas, canosas y hombres depilados, teñidos y afeitados, mejor dejo eso para otro momento, sería demasiado.

De muy mal humor

Siempre me pareció estúpida la gente que dice “me puse de mal humor” y automáticamente pone su peor cara y no hay forma de seguir compartiendo el espacio, el aire, una conversación, nada con esa persona. Su mala onda se adueña del ambiente.
Para mí la gente que se pone de mal humor era toda gente que tenía problemas, que todo le molestaba, que no podía controlar sus emociones… Hasta que un día me puse de mal humor, o bueno, tuve ese sentimiento que tienen las personas al ponerse de mal humor. Ese, que es como estar escribiendo apurado una nota con una birome y que se le acabe la tinta y no encontrar otra cerca; o como estar sólo pensando en algún chico o chica que te gusta, en por qué no te manda ningún mensaje y escuchar que tu hermano, o alguien, atiende su celular diciendo “hola, gorda” o lo que es peor “hola, mi amor”; o como despertarte tarde para ir al trabajo, ir al baño y que no haya agua para ducharte. Hay mil ejemplos que explican cómo uno se siente, o bueno, no sé si mil pero muchos; el problema es por qué no podemos controlarnos a nosotros mismos, por qué no podemos continuar con nuestra estabilidad emocional, por qué no nos importa el lugar, ni quién esté cerca, si estamos de mal humor todo cambia: el humor del día entero, las ganas de hacer cosas, etc.
Otro problema muy grande del mal humor es que algo muy pequeño, como un bebé llorando, puede ponernos de mal humor, pero hay muy pocas cosas que pueden quitar ese mal humor; generalmente el método más común es irse a dormir, pero hay gente que tiene sus métodos particulares. Conocí a un chico que cuando estaba de mal humor escuchaba alguna canción muy fuerte, si era heavy metal o algo así mucho mejor.
Por eso desde que tuve ese sentimiento de mal humor me masifiqué con el resto de las personas mal humoradas, tengo registrado cuándo me estoy por poner de mal humor, qué fechas, qué cosas, qué ruidos me ponen de mal humor. Lo que siempre me había parecido una estupidez logró adueñarse de mí como lo había hecho con los de más, aunque sigo sin entender por qué nos ponemos de mal humor o sigo pensando que si todos fuéramos al psicólogo y analizáramos porque nos irritan tanto esas cosas capaz podríamos superarlo y no tener todo un mal día por un paro de subte un viernes a la mañana o por quedarnos sin luz el día previo a un parcial cuando tenemos miles de hojas por leer.

Escape imaginario

¿Hasta dónde puede llegar nuestra imaginación? ¿Sirve de algo escuchar Imagine de John Lennon y pensar en la remota posibilidad de un mundo sin países?

Realmente cada vez que escucho “imagine all the people, living life in peace” (que significa: imagina a todas las personas viviendo la vida en paz) me lo creo y lo imagino. Pero no es tan fácil como dice la canción, de hecho creo que es imposible. Entonces ¿para qué la escucho y porqué me lo imagino? En definitiva podría escuchar otras canciones que no intentaran plantarme ideales imposibles en mi mente, pero creo que aunque sea tener la posibilidad de soñar me gusta. Me reconforta la idea de que al elegir mi música sea de músicos que piensen en algo más que “están lloviendo estrellas en esta habitación”. Además no es que la gente que escucha Imagine nunca había imaginado un mundo ideal sin fronteras, sino que se sienten (como yo) identificados con lo que John Lennon trata de trasmitir: un mundo donde no haya porqué pelearse o porqué matar, dónde no haya religiones que separen las culturas, sino tan solo el cielo que cubra toda la tierra. El mismo lo dice: “pueden decir que soy un soñador, pero no soy el único. Espero que algún día puedas unirte con nosotros y el mundo podrá ser uno solo”.

¿Acaso si todos escucháramos las 24horas del día seríamos todos pacifistas y queríamos todos un mundo mejor? No lo sé. Pero igual estamos todos tan preocupados en nuestra pequeña vida individual que no pensamos en los demás, de hecho vivimos en un mundo rodeado de gente dónde lo que importa es tener el menor contacto posible. A todo lo que aminore nuestra marcha, nuestra rutina alocada del cada día, intentamos evitarlo. Y como no encuentro alguna forma de cambiar todo lo que me rodea, prefiero imaginar que algún día “el mundo vivirá como uno” y cantar.