Hoy a las tres de la tarde vuelve Abril. Bueno, aproximadamente a las tres, porque como es ella seguro se retrasará unos minutos. Me citó en este café para contarme cómo le fue en Hawái.
Recuerdo que antes de decidir tomar el trabajo o no, investigó mucho acerca de cómo eran las playas, qué ropa debería llevar, cómo sería la vida allí; todos esos pormenores que la ayudaron a finalmente animarse y subir al avión.
La veo entrar, no está tan bronceada como esperaba; igualmente tiene un aire distinto, lleva una flor en el pelo que la hace lucir muy veraniega. Me reconoce, se acerca y me saluda: “Hi, mi friend!”. La tonada es perfecta, le comenté que parece que se haya ido hace más tiempo y le pregunté acerca de cómo estuvo todo, Abril me contestó: “Bastante bien y aunque muchas cosas no fueron como esperaba, la experiencia fue buenísima. Ahora que lo pienso, nada fue como yo imaginé…”
Como era de costumbre, Abril empezó a hablar y no paró. Yo escuche atentamente todos sus detalles: me contó que apenas había llegado esta muy emocionada con ganas de ver la playa, así que lo primero que hizo fue conseguir donde dejar las valijas e ir. Pero cuando fue, la arena no era clarita, el mar no tenía las olas enormes y el sol no brillaba tanto como en la postal que ella tenía. No entendía nada, pero con el pasar de los días esto se le fue aclarando.
Ese mismo día consiguió alquilar un departamento y se puso en búsqueda de trabajo. Ella había soñado con trabajar en bar en la playa, había aprendido a hacer tragos y a servirlos dentro de cocos. Pero en la nueva Hawái el trabajo que puso conseguir fue en un restaurant en el centro. Allí conoció gente de lo más variada y pudo practicar el idioma como ella tanto deseaba. Dentro del mismo restaurant trabajaban dos argentinos más, de los cuales Abril se hizo muy amiga y, por lo que me contó, dentro de pocos días se reencontrará con Agustín, uno de ellos.
En cuanto al cambio de Hawái me contó que la arena se había vuelto negra, por lo visto con los cambios climáticos y lo afectada que está la capa de ozono, el sol se había puesto tan potente que había quemado toda la arena. Ya no sé podía tomar sol en la playa debido al temido cáncer de piel o por miedo a tener una quemadura importante. En cuanto al agua, gran parte se había evaporado y por ello ya no habían tantas palmeras como Abril había soñado. Realmente Hawái estaba irreconocible, pero esto no afectó demasiado su estadía. En vez de realizar surf, ahora en Hawái se corrían maratones. En los cuatro meses que Abril estuvo allí, se ejercitó y estuvo corriendo. No logró muy buenos resultados, pero allí también hizo muchas amistades.
Lo más raro para Abril, era que los lugareños no se preocupaban porque su piel ya no estaba bronceada, ni por no poder ir a surfear; se habían acostumbrado a un nuevo estilo de vida, el cual no era muy diferente al que Abril tenía aquí en Buenos Aires, por lo que no le costó mucho adaptarse.
Realmente estoy muy emocionada por mi reencuentro con Agustín –me dijo Abril– el último mes que estuve en Hawái me mudé con él, y por lo que estuvimos hablando, capaz ahora alquilemos un departamento por San Telmo para irnos a vivir juntos. Tenemos que hacer cuentas y vamos a ver, –la notaba muy emocionada– porque yo realmente después de estos meses sola ya no puedo continuar viviendo con mis papás.
Estuvimos un tiempo más allí sentadas, me mostró algunas fotos que había tomado, le conté de mis hijos y de mi trabajo. Se hizo de noche y yo debía volver a casa porque mi marido ya debía estar por llegar. En cuanto a Abril, no la volví a ver hasta dentro de tres meses que me invitó a su casamiento con Agustín. Luego de este se irían de luna de miel a Hawái, porque aunque estaba cambiado, a ellos les había cambiado la vida.
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